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Ca Eulalio se Chicas en Las flores (Monagas) encontró, se trabaron a beber buenos rones y a comer, varios sitios visitaron, Chicas en Las flores (Monagas) tanto se emborracharon que se fueron ya sin ver. Cual Chicas en Las flores (Monagas) entramallada la respuesta aguardó Andrés. Monagas le sumó tres a la zafra terminada y ajustó, como si nada, nueve meses que son nones. Estaba tan jeringao de aquella entera colite que pensó que era el desquite que Dios le había reservao. ![]() Siguió el destino certero como sus antepasados y pisó los pasos dados por su abuelo el tartanero. Se casó con Carmelita, al poco se separó, y después se arrejuntó con la que llaman Pepita. También la dejó solita y al romper dos corazones se buscó las perdiciones por su vida enamorada porque Carmela, indignada, lo llenó de maldiciones. Un día de amanecida su caballo se murió de lo flaco que quedó por la falta de comida. Buscando alguna salida para aliviarse sus llagas, de sus deudas y sus pagas se escondió tras las botellas y vaciando alguna de ellas lo encontró Pepe Monagas. Es evidente que el caso se estaba poniendo gris. Lolilla, la Alpispa, ataca y al rostro de Fefa saca la punta de la Chicas en Las flores (Monagas). Vaya con la secasón…! Un cuerpo a cuerpo brutal del que les quiero dar seña: la Alpispa salto a la greña y la Fefa a por la moña descargaron su ponzoña y las dos se dieron leña. Un buen día le llegó un pollito singular, no paraba de llorar y Monagas se mosqueó. Empezó por Chicas en Las flores (Monagas) casual la mañana de domingo en que el médico, en fotingo, fue al descanso semanal. Hasta resina caía del viejo techo de tea. Como la calor recrea el calentón africano Juan se queja. Es don Pedro, el Batatoso, al que nadie ya esperaba, quien pega a hablar y no acaba porque es un gran mentiroso. Monagas a todos mira con jeito y les pica el ojo para dejarlo en remojo y largarle una mentira. Saltaron a la gallera los dos gallos, de repente vencido por su oponente quedo el cucaracho fuera. Ella al poco se cansó y Monagas, con esmeros, por medio de unos guagüeros agarró el pollito aquel y se lo envió a don Manuel Lorenzo de Bañaderos. Cuando lo tuvo criado Monagas recogió el pollo, lo llevó a Castrito, el Tollo, quien lo encontró bien planteado; fue, por lo tanto, anunciado como un pollo luchador frente a un gallo retador, golilla blanca de Telde, que era un animal rebelde, de tres pleitos ganador. De paseo en la mañana a la tienda se acercó. Al poco tiempo llegaba Antonio muy indignado a devolver lo comprado porque el macho no cantaba. Sus ideas eran vagas, y nunca supo el color. Pepe tuvo que admitir que cuando el ron no funciona entonces, toda persona, al médico debe ir. Se le revolvió hasta el cuajo ya de su casa al regreso, entre aquel reboso espeso, en plaja Jantana entró y todo vueltas le dio fechado a un perro por eso. En una arqueta agachado ve a un hombre que un hierro gira para abrir agua, y con ira Pepe en su error lo ha insultado. La nostalgia lo empujaba y ya la noche primera se fue al sitio Chicas en Las flores (Monagas) donde era, encalló allí con su gente y de una caña decente se agarró una gran jumera. El local y la cantina y los menos avispados, terminaron destrozados. Chicas en Las flores (Monagas) Los chicos son mejores que las flores capitulo 4-4La reunión se convocó un domingo en la mañana, y por ver si había tangana todo el mundo se Chicas en Las flores (Monagas). Ya había una favorita por parte del presidente y murmuraba la gente que saldría esa chiquita. Y así fue como pasó, que fue la Chicas en Las flores (Monagas) de Angustitas, la que de entre las chiquitas el jurado decidió. El pobre de Rafael refunfuñaba cabreado: por el tique y por el fiado no ganaba pa papel. Desconfiado Rafaelillo se va a la niña de plano, la sujeta, abre su mano, y le registra el bolsillo. Del Pambaso al barranquillo de don Zoilo se oyó el grito; el padre, como a un cabrito, le atizo entre ceja y ceja y cayó sin una queja inconciente Rafaelito. Veinte duros, de un tirón, por cada naife lanzado se le ofrece y empujado por tremendo desespero Pepe se arrima al tablero tembloroso y asustado. Un cuchillo con certeza corta un cigarro en su boca y otro naife roza y toca los pelos de la cabeza. Increíbles emociones en el circo como encierro. De pronto un día ocurrió que su mujer, una artista, dejó de estar en la pista pues la pobre se enfermó. Desde ese instante pegó el circo con atrabanco. Se ofreció dinero franco, honrado a carta cabal y a pesar del dineral nadie quiso hacer de blanco. Al principio daba gusto Chano Chopa trabajando, cada día apoquinando y luego cobrando justo. El caballo, desmayao, quedó perdiendo el sentío. Como no era especialista la espadilla se guardaba y al ver cómo la ocultaba tras perder y ver la carta Pepito insultos le ensarta y con él por poco acaba. Pepe la mano agarró —con palmatoria alumbraba— vio que el pulso le faltaba, no exagerando en exceso notó, tan solo con eso, que Fela muy grave estaba. Evitando como fuera, reconcomio e hidropesía. Por experiencia sabía que tendría convulsiones. El médico en sus deducciones pensó: Pepe se lo aplica, éste a mí no me salpica ni me mancha los calzones. Don José, Chicas en Las flores (Monagas) no se queda, como médico se unió; después de que amaneció vieron al primer conejo que, por desnutrido y viejo, a los perros asustó. Rompieron las alpargatas en el tramo que anduvieron, ni un solo conejo vieron, al menos de cuatro patas. El Mulo, por apostar que de una sola sentada, una barqueta colmada de tunos se comería, se trancó, pues no sabía lo que se le avecinaba. Que desde el tiempo primero su matrimonio fue mal. Que era como un general con Chicas en Las flores (Monagas) la iglesia le unía y por su trato sufría un infierno personal. Firme hacia tu casa anda —le pidió Pepe entre rones— y dale unos cachetones para que sepa quién manda. Marchó a cumplir la demanda, ya que un cambio era preciso. Cambió así su dirección de una manera violenta. Fleitas y Carmen casaron cuando Pepe y Soledad y en la misma vecindad eterno amor se juraron. Los esposos se encontraron en esa fecha festiva. Siete mujeres fueron asesinadas en Monagas y Bolívar en dos mesesCon las campanas que, arriba, no querían detenerse, quedaron de al tiempo verse y hablar de qué tal les iba. Se encontraron como al año y Pepe notó certero que ahora Fleitas, el Tiendero, cargaba un aspecto extraño. JAIME QUESADA Sin pedir ni dar consejos Quintinito agarró un día y vendió lo que tenía: la casa y unos cachejos y se mandó a mudar lejos del Valleseco natal, se vino a la capital buscando un nuevo futuro donde no fuera tan duro ganarse el pobre jornal. Quintinito era moreno, de un moreno amorenado, bigote desparramado que a su cara de hombre bueno hurtaba el aire sereno. Mariquita, su mujer, nació fea sin querer, ojos claros, rubianquilla, un poquito escachaílla, y hablaba hasta enloquecer. Él le habló de visitar a la muchacha en cuestión, y animados, en reunión, ayudados por el vino, quiso el sabedor destino complicar la situación. En la puerta quien tocaba era Isidro que volvía de una corta travesía y en su casa recalaba. Rosario no lo esperaba y para disimular puso a Juancillo al entrar firme y quieto como un santo y Monagas, mientras tanto, se fue al ropero a ocultar. Aunque le decían que era seifía de otro trasmallo, no le produjo desmayo una chica Chicas en Las flores (Monagas). Cilia Flores presenta a Maduro en acto con mujeres en MonagasEl petardo entre los pies de la chica aterrizó y él ni siquiera pensó en que iba a pasar después. Al taparlo de una vez evitando aquel estrallo, casi a punto del desmayo, enralao como un demonio, le propuso matrimonio en menos que canta un gallo. Ella era muy vistosilla, hija de trabajadores y siempre tuvo rumores de ser algo enralailla. Le gustaba la cosilla de que los pollos le hablaran y que algunos cortejaran en la ausencia de su amado, cuando este estaba embarcado, y las penas le quitaran. Compró en Las Palmas su guagua, —fotingo venido a menos— una ganga de rellenos que cien defectos tenía a la que sobresalía que le fallaban los frenos. El fotingo carraquiento con endengues de verguilla recorría media milla chirriando y en movimiento. Y de sopetón cogió al chico, un galletón, y se fueron a La Habana. Estéfana, Chicas en Las flores (Monagas) mujer, de sus dos seres queridos en nueve años corridos poquito puedo saber: pocas Chicas en Las flores (Monagas) que leer le llegaron a su mano, pero Agustín, entrecano, jipijape y guayabera llegó a tierra majorera sin avisar, como indiano. Todos quisieron cantar animados, en corrillo; pero, Vitorio Pinillo sin invitación siquiera, cantó una isa marinera y trabó en el estribillo. Sólo con darle la mano María del Pino se inflaba. Ocho machos ya contaba el matrimonio y se atreve a buscar otro, y al nueve, por fin la hembrita llegaba. Pinilla la cristianaron, y, para la hembrita ésta, prepararon una fiesta y a mucha gente invitaron. Por el follón le arremete a una un retortijón y sin mayor dilación se esconde en una tunera para largar para afuera el peso de su aflicción. Resultó ser la mujer de Rafael quien, con prisa, se arremangó. Y trancado del sentido —porque andaba muy borracho— a Fermín, el Cucaracho, Juan Pluma, no lo quería para su jija María que hasta le pegó al muchacho. Pasaron tres largos meses hasta que ocurrió un buen día que por un timbeque olía a fritango y entremeses. Se fue el duro en la copilla. Feliz con la fechoría se dispuso a abandonar en silencio aquel lugar, como habían acordado, pero un baifito, amaguado, lo llamó con su balar. Se alborotó el gallinero con el balar del baifito y con las prisas Pepito cayó en un abrevadero. Don Pedro se escarranchó a decir que oía emisoras, y sus mentiras sonoras al vecindario insensato, delante del aparato, le hizo pasar varias horas. Entre aquellos asistentes una noche fue el compadre Monagas, y en el encuadre de la radio toos pendientes. Eran aparatos que, con un montón de botones, grandes, igual que cajones, tuvieron muy pocos dueños y en los hogares isleños se formaron las reuniones. Removía cielo y tierra para desacreditarle. Ni media tasa sirvió. En lo oscuro se escuchó una fuerte bofetada pero nadie dijo nada cuando de allí se salió. Es maestro que se afana Baltasar, quien lo atendió. Yo no sé lo que pasó pero a Pepe en su bregar el capataz Baltasar a él se le atravesó. La respuesta desmedida lo dejo de mala gana. Era un día decisivo mas la suerte le falló. Como su gallo perdió estaba meditabajo y siguiendo calle abajo en un cafetín entró Era También el Marino su equipo de balón pié que como el gallo se fue siguiendo el mismo camino. Olvidarlo era el destino cuando al cafetín entró. Muchas botellas vació y a una hora bien temprana fue a una parada cercana y en la guagua se subió. Maestro Pedro, operador de cabina, colocaba los rollos, y así le daba al asistente placer, pero a veces sin querer por sus fallos lo enojaba. Maestro Pepe va y le pilla esa Chicas en Las flores (Monagas) acordada. Ya, después de estar saldada y de hacer el intercambio le devuelve todo el cambio con la moneda pesada. El pueblo de Valsequillo celebró a su San Miguel. Allí fue nuestro hombre fiel con su bebida famosa que aunque era un poco asquerosa cumplía con su papel. Mas la estafa consistía en una trampa muy pobre ya que devolvía en cobre por el peso que tenía. La gente desconocía el truco de ese proceso. Esa moneda, en exceso, no llegaba a decigramos y aunque fueran pocos gramos hacía aumentar de peso. Monagas olió a negocio y sin ayuda ni socio se convirtió en medianero. El desahucio levantó a Angelito, Millo Duro, no quedó el Baifo al oscuro porque la multa pagó. El entuerto resolvió con astucia y buena maña. Estaba tan preocupado con toda aquella traquina de cobrarle a una arquilina que temprano fue al osgado donde había presentado un desajusio formal. De regreso, en el portal, se enteró de too el desande y pidió una escuílla grande de tila para su mal. ![]() Fue el compadre a ese jaleo a encargar lo del guacal; los cirios del funeral ya por eléctricas velas cambiaron y hubo Chicas en Las flores (Monagas) de enfado en el personal. Velas de cera quería Monagas para su amigo y el funerario enemigo solo eléctricas vendía. Soledad con este enfoque avisaba a su marío de que había dao un jalío porque se estaba muriendo, y el compadre fue corriendo a su casa, compungío. Trincada halló a su mujer, a sus hijas y a su yerno, que aguardaban al eterno descanso de aquel buen ser. Por asuntos del destino Pepe estaba en todo aquello. Monagas llevaba idea de no perder el apuro y llegó al filo de un muro que ya daba a la marea. Era una timba pequeña de chochos, queso, pejines, cerveza, ron y trajines de baraja y contraseña. Negociante de primera dinero a muchos prestaba y el desenlace amarraba con tres, caballo y Chicas en Las flores (Monagas) y así todo esto aquí explica que casi siempre ganaba. De posguerra era momento en los que se racionaba, y en reparto se otorgaba con la cartilla alimento, y un chocolate sustento en aquella sociedad. Un tal Manuel, que sentía la rasquera en cada poro, se preparo como un Chicas en Las flores (Monagas) y doblando la cabeza embistió contra la mesa donde se cantaba a coro. El tinerfeño Juan Cancio posó los ojos en él y quiso darle a Manuel su dosis de caldo rancio. Sacaron unas botellas de un tinto, un coñac y un ron que acabo las discusión cuando se hicieron con ellas. Verdaderas efemérides cuando alguien gritaba gol, soltaba un chorro de alcohol como en éxtasis de piérides. Enfrentarse era el motivo a un Marino con coraje y fue meritorio el viaje a pesar de que empató: el Tenerife pasó por mejor gol-average. Pero en esos partidillos saltan chispas amarillas, las lascas de las canillas boliches de los tobillos. Victoriosos, en corrillos, se fueron a un bar de Lugo con ellos venia un tarugo, uno llamado Juan Cancio, que bebía sin cansancio hasta ponerse besugo. Monagas lo recibió pero lo encontró fachento; no lo dejaba contento nada de lo que veía y Monagas ya tenía ganas de hacerle un invento. Iba Pablo a darle uso a su catrillo de viento cuando un morrocoyo hambriento bajo la almohada le puso. Se llevó a la emigración un sobrino que tenía, Pablo, que no volvería junto con el tío aquí sino que se quedó allí y puso una lechería. De uvas a brevas mandaba carta de aquella ciudad que su hermana, Soledad, en Las Palmas esperaba. Pero cuando ya extrañaba que no escribiera el Chicas en Las flores (Monagas), se dejó decir un Chano, el Sajonao, que había muerto; Soledad lo creyó cierto y guardó luto al hermano. Una broma se acordó entre los socios fiesteros. Y un día los majaderos pidieron al pobre hombre bebidas, usando el nombre de barcos de pasajeros. En la isla recaló un general destinado a la Comandancia, y dado su rango se le invitó al Casino, allí pidió un Marie Brizard, con gana. Sin ahorros para tirar, fuero préstamos, sablazos, los que marcaron los pasos para comer en su hogar. Para su felicidad y alivio de su destino: por mediación del padrino de Monagas consiguió trabajo y lo colocó como mozo en el Casino. A la catedral traspuso y en un banco se durmió. Él, con libros cada día, encaminó su talento. De religión con asiento se le solía tildar, y solía predicar en la iglesia y el convento. Tenía Chicas en Las flores (Monagas) cura el honor de expresar por estos lares sus sermones singulares al ser gran predicador. Le admiraban con fervor. Monagas lo quiso oír, por antojos de vivir un sermón como testigo, para así tener consigo comentarios que decir. Mire, por lo que sé yo que cayó a base de bien. Estoy seguro, también, que ensopó toda la zona, mas me dijo una persona nacida en aquella orilla que ha caío una jaurilla. Pancho Guerra al fin convino contemplar la noche queda. Debajo de la arboleda pegaron a platicar viendo a la gente pasar sentados en la Alameda. Pa San José, tras la misa, ella sola hace el regalo, ostentoso, nada malo, queda aliviada y con risa. Llega él de madrugada con una chispa tremenda, sin nadie que lo defienda, otra vez con la tajada. Cuando la gente se entera, al segundo día llegaba. El asuntillo marchaba: los chochos se jilvanaron, con el ron casi acabaron y el juego aquel no paraba. Al garito entró un buen día un matón atarracado que estando el juego iniciado una trampa descubría.
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